La relación es la unidad de análisis más pequeña y trata de la “otredad” significativa, dar espacio y acompañar al otro, a cualquier escala.
Las relaciones con otras especies no sólo se rigen por la comunicación, sino por la mezcla de todo lo que las constituyen, emociones, material genético, virus, químicos…
Nos constituimos y vivimos en toda nuestra carnalidad los unos de los otros en relaciones que abarcan desde la mayor solidaridad hasta la peor crueldad.
Las especies de compañía cohabitan, coexisten, se constituyen de una forma tan íntima que se puede hablar de relaciones de parentesco dentro de un sistema familiar, viendo al perro como un miembro más del árbol genealógico de nuestra familia.
Es evidente que a lo largo del tiempo hay dos vertientes que influyen en la relación humano-perro, la vertiente biológica y la vertiente histórica, y ambas están experimentando un cambio tanto en cuanto se refiere a la construcción de la relación. El acompañamiento deja de ser meramente de apoyo al trabajo, y pasa a habitar la emocionalidad familiar, viéndose esto afectado por la evolución genética (en muchos casos seleccionada por el humano para favorecer su objetivo), de los propios canes.
A grandes rasgos podemos observar socialmente dos formas de relacionarnos con nuestros compañeros, una que se basa en la domesticación, modelación y manipulación, sin atender a la forma de hacerlo. Y otra que trata de humanizar al perro llevándole a la posición de una criatura.
Querer el bien para el otro ser, implica eliminar el “yo” y admitir que la otra parte pertenece a una especie distinta, con necesidades específicas y que comprendernos, supone un proceso de des-educación y re-educación de notros mismos.
Es fundamental preguntarse de forma respetuosa y constructiva por los factores que van emergiendo, tanto en qué, como en quién, para poder mejorar la relación. Esto puede incluir pequeños detalles como aprender a jugar con tu perro de forma que sean ellos quienes se diviertan, lo cual incluye que desde nuestra posición podamos admitir que a menudo, no entendamos lo que el perro es, necesita, quiere o propone y asumir esta ignorancia como la llave para abrir la puerta del continuo conocimiento desde la relación, para cada vez poder hacerlo de una forma más adecuada, admitiendo que en muchas ocasiones no nos entenderemos y nos equivocaremos.
Solo así, trabajando por el bien común, haremos que esta relación genere respeto y confianza.
En este sentido de propiedad, hemos de tener en cuenta que si una persona tiene un perro, ese perro tiene una persona, y solo pudiendo observar esa relación, podremos da lugar de plenitud a la “otredad”.
Es por todos estos cambios y nuevos aprendizajes que creemos importante el acompañar en este proceso a ambas partes de la relación, la humana y la canina, porque para acompañar y cuidar, necesitamos ser acompañados y cuidados, primero, nosotros y nostras mismas.
Bibliografía: “Diferencias que importan: Haraway y sus amores perros”